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No hace mucho un joven activista mapuche nos decía "nosotros no necesitamos ni FAL, ni AKA, ni M16". "Nos basta con esto", agregó mostrando una simple caja de fósforos. "Con esto podemos convertir todo el sur de Chile en un infierno", afirmó, guardando el arma letal en el bolsillo de su parka.
La guerra contra el pueblo mapuche no ha terminado nunca. Desde los incas, desde Valdivia muerto en Tucapel, desde la arremetida de Cornelio Saavedra con su Pacificación de La Araucanía, la guerra sigue ahí. Y es como una guerra contra fantasmas. Contra seres de la noche, contra espíritus de la naturaleza. Una guerra sin solución posible. Ya las tierras están en manos de grandes empresas madereras. Los ríos pertenecen a las hidroeléctricas. Pero un ánima guerrera, telúrica, sigue enarbolando su boleadora y encendiendo su antorcha entre los pinares.
Nadie sabe nada del pueblo mapuche. Nadie quiere saber nada. Es un hecho que existen grupos radicales minoritarios que buscan la independencia política de esos territorios. Y otros, más numerosos, que se conforman con grados mayores de autonomía respecto del poder central. Lo cierto es que el problema mapuche, con sus presos en huelgas de hambre, sus mártires, sigue siendo un enigma. Las autoridades no entienden nada. No conocen la forma de ser de ese viejo y sabio pueblo que renueva en cada generación ese espíritu guerrero que los hiciera famosos en el mundo entero. Se esconde la realidad mapuche, se ocultan los motivos de su violencia y se entierra la cabeza en los arenales para no ver nada. Ya vendrá otro gobierno. Ya pasará este mal rato.
Las forestales debieran estar muy preocupadas. No serán suficientes sus batallones de brigadistas antiincendios ni todas las compañías de bomberos del país para contener el fuego. Arderá hasta la última rama de pino. Los fantasmas rondan en la noche de La Araucanía, sigilosos, invisibles. Son una legión de seres antiquísimos, que ya estaban aquí hace 20 mil años. Nadie ha podido contra ellos, ni tampoco con ellos.
Un carabinero dispara su UZI contra un joven comunero causándole la muerte. El país está sin ministro titular del Interior. El clima bélico crece y crece. Auguramos que muy pronto se desbordará en un estallido. El volcán Llaima parece estar dando las órdenes. Ese viejo y poderoso toqui de poncho blanco que lanza sus señales de humo a una nación despreciada por la modernidad. A esos seres nocturnos que se despliegan por la espesura enarbolando sus temibles, atómicas, cajas de fósforos.